por Manuel Davila
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28 de septiembre de 2023
Durante siglos se ha utilizado una de las palabras más censurables de la historia: censura. Es complejo plantearse, en un principio, si la censura nació como un concepto definible por las acciones de aquellos que ostentan el poder o si bien, la autocensura de aquellos que ejercen el poder se manifiesta hacía los otros mediante la propia censura. Igual es una discusión estéril, la censura fue la compañera fiel del libro mientras el libro se posicionaba como el método de comunicación de las ideas. Si asumimos que a la llegada de Gutenberg la palabra impresa se convirtió en el principal vehículo de la disidencia social, política, amorosa, sexual, podemos decir que casi al mismo tiempo se erigieron los censores del libro con una potencia y eficacia en algunos casos inauditas. "Un libro es un arma cargada en la casa de al lado... ¿Quién sabe cuál puede ser el objetivo del hombre que ha leído mucho?" supongamos que Ray Bradbury se convirtió en el historiador de la censura. Que su Fahrenheit, más allá de ser un portento de las distopías, se convirtió en el manifiesto de la censura y contracensura del libro. Quizá lo más interesante sobre la censura no sea quién la ejerce, sino quien se siente protegido mediante la censura. Esta es una idea peligrosa (ahora que está en un libro, quizá alguien venga a quemar este libro) pero no por peligrosa deja de ser lógica, una gran parte de la censura está sustentada en los temores de una sociedad que renunció a la sensación de tener ideas muchos años atrás. Pero también, tenemos que reconocer, que la censura en los libros se ha convertido en algo divertido, escandaloso, pero ni de cerca en un atentado real contra la comunicación de las ideas, el porqué es simple, los libros ya no son el vehículo principal de la transmisión de las ideas. Hace un par de años se presentó un caso interesante, sensacionalista y por consiguiente, olvidado rápidamente. En los primeros días de noviembre algunos medios de comunicación hicieron eco de la aparición de un libro despreciable en el catálogo de Amazon "The pedophil's guide to love and pleasure: A child-lover code of conduct". El título en si mismo encierra el contenido del libro, algún tremendo cabrón se escribió un libro completo sobre como practicar la pedofilia. Este libro llegó a formar parte del catálogo de Amazon mediante su herramienta de Autopublicación. Entendiendo Autopublicación como el confuso arte de generar tus propios libros y distribuirlos directamente a los canales de venta, nos encontramos con que esta pequeña herramienta abrió la posibilidad de ser editado a un universo global de locos, artistas, delincuentes que quisieron hacer lo mismo que hace la gran mayoría de escritores en el mundo: compartir sus ideas. El libro generó un caos increíble, rápidamente las hordas en las redes sociales sacaron los pinchos, la gasa y la gasolina, se encendieron las antorchas, se persiguieron a los monstruos y, después de mucha presión, Amazon tuvo que tomar la decisión de quitar el libro a la venta y de todos los dispositivos donde fue adquirido. No me malentiendan, no tengo ningún argumento a favor de la existencia de tal libro y es posible que, si yo conociera al autor, ese autor caminara hoy en día de manera distintiva con la de alguien que ha sufrido un traumatismo severo a sus partes más glandulares. Pero al ver el caso me vino a la cabeza una pregunta, ¿Qué es más peligroso, un gobierno que intenta censurar un libro persiguiéndolo a través de todos los canales posibles; o bien, una librería única que pueda determinar no sólo lo que se lee, sino lo que se ha leído? Amazon no es un censor, como no es un editor. Entendiendo censor por quien determina que un libro sea retirado de todo lugar posible y, entendiendo editor como alguien que comparte la responsabilidad del texto con quien lo ha escrito. Los censores fueron los millares de personas que amenazaron a a Amazon con dejar de comprar sus productos y el editor fue una figura ausente en este caso. El escritor fue por completo el responsable de lo que escribió, o al menos así lo dictan los términos y condiciones del servicio de Autopublicación de Amazon. Amazon no revisa los contenidos que se suben a su tienda, pero se reserva el derecho a retirarlos por completo de los "anaqueles" y manos de los lectores que lo han adquirido. En un sentido de lógica de negocios, estas protecciones que Amazon acomoda a su alrededor son necesarias. Pero entonces ¿por qué Amazon se negaba, en un principio, a retirar el libro? Durante las primeras horas del incendiario ataque contra Amazon, el gigante de las ventas por internet se mantuvo silencioso, analizando sus opciones. Supongamos, sin conocer en realidad lo que ocurrió, las grandes mentes legales de Amazon tuvieron una larga discusión sobre las implicaciones que tenían ambos caminos: el primero era simplemente negarse a retirar el libro bajo el argumento de que si algo no debe ser leído entonces no debe ser comprado (la lógica del criterio del comprador). El otro argumento se apegaba más al camino más peligroso determinando que Amazon se obligaba a ser cuidadoso con los contenidos que vendían y que si tenía que adquirir algún tipo de responsabilidad, al menos social, por aquello que era encontrado en su tienda. Amazon encareció automáticamente los costos de su unidad de Autopublicación al elegir el segundo camino. Tuvo que comprometerse con la sociedad a convertirse en guardián de las buenas costumbres, ¿cuáles son las buenas costumbres? Simple, las que la horda dictamine. Actualmente vivimos en un mundo donde la idea social de progresismo abarca a una buena parte de los consumidores de Amazon. Eso permite que sean las "buenas costumbres" progresistas con tintes ligerísimos de ideales de izquierda los que dictaminen las acciones del gigante. ¿Pero qué pasará cuando estos progresistas envejezcan y sigan el camino natural al conservadurismo? Seamos sinceros, envejecer conduce a la derecha, al menos así está claro en la historia actual de la sociedad. ¿Qué sucederá cuando, en países menos avanzados en derechos humanos, Amazon reciba los reclamos de su masa financiera en contra de algún libro mucho menos propenso al crimen que entendemos en occidente como crimen? Amazon ha dejado claro que sucumbirá a la única dictadura posible, la dictadura de la horda social. El día que The pedophil's guide to love and pleasure: A child-lover code of conduct" fue retirado de la tienda de Amazon se sentó un precedente peligroso. Se dejó en claro que la censura se sometería de manera más directa y popular a las ideas de la masa, tema que no era preocupante en el siglo XVII pues la masa estaba delimitada y contenida por la capacidad de la misma para levantarse en armas. Hoy esto ya no es un problema, las armas son los teclados y el levantamiento ocurre sobre la plácida autopista de la red. Quiero dejar algo claro aquí, bajo ninguna circunstancia estoy a favor de eliminar la neutralidad de la red para acotar la posibilidad de que una masa de lunáticos se levante en "posts". Pero si estoy preocupado por la posibilidad de que la censura quede en manos de un agente preponderante en el mercado. Amazon no tiene porqué apegarse a las enmiendas constitucionales a favor de la libertad de expresión, Amazon tiene una única obligación legal y esta es con sus accionistas. Y sus accionistas no quieren ver su gran buque insignia hundirse para defender algo tan retrógrado como la libertad de expresión. En 1644 John Milton escribió su Areopagítica. Un comprometido texto dirigido al Parlamento británico tras la promulgación de una ordenanza que contenía las publicación al visto bueno de una figura difusa que se encargaría de actuar como censor. Milton, por obvias razones, se sintió en peligro con esta ordenanza, que responsabilizaba jurídicamente a los autores y editores frente a lo que la ley considerara peligroso. Milton era el rey de lo peligroso, constantemente navegaba en aguas turbias señalando las infinitas posibilidades que presentaba la "Ley de dios". Milton era un reaccionario, un hombre que constantemente jugueteaba con la posibilidad de poner en entredicho cualquier cosa. No sólo lo hacía, lo hacía bien. Era listo, sabía escribir y tenía un objetivo. Por supuesto que estaba en contra de la ordenanza, pero tomó uno de los caminos más peligrosos de su época: decidió publicar sus ideas en contra. Supongamos que la Areopagítica no fue leída por las masas, pero ciertamente fue accesible para las mentes jurídicas más brillantes de su época, para aquellos que batallaron en aquellos años, y muchos posteriores, por la libertad de prensa, por la idea de que la libertad de publicar cualquier idea estaba por encima de lo peligrosa que esta idea pudiera resultar. Si Milton hubiera nacido en el 2025, seguramente hubiera visto que su Areopagítica no era necesaria. La censura en los medios masivos de comunicación era mucho más defendida que en unas cuántas páginas (en papel o electrónicas, para no entrar en enfados) publicadas por aquí o por allá. Sin embargo, seamos indulgentes y asumamos que Milton hubiera publicado su libro. Si el camino del comercio sigue como va, seguramente lo haría en la única tienda posible para la venta de palabras publicadas, libros. Este comercio ni siquiera hubiera revisado su libro y hubiera permitido la publicación del mismo, pero en el momento en que las hordas de las redes sociales (suponiendo que todavía se llamen así en el 25) decidieran que este libro atentaba contra la bendita idea de bla que se apega a la hermosa religión de bla y hace enojar a todos esos blas, Milton hubiera visto su obra desaparecer. Por desaparecer entendamos que ese libro no hubiera llegado a las manos de los futuros juristas que hubieran podido hacer una diferencia, no hubiera llegado ni siquiera a las manos de los siglos venideros que encontraran en su obra el pretexto para hablar de lo que iba a suceder de manera preocupada. Lo más peligroso de tener un embudo comercial (entiéndase por este extrañísimo concepto que cada producto tenga un solo canal de venta) no reside en la falta de competencia o mejora de precios, en realidad lo más peligroso es que esta unicanal se convertiría en editor, censor, librero, reseñador, el acólito del libro, la gran religión del libro, y que el problema de tener un papado editorial es que la existencia misma del libro depende de la idea de diversidad. Otra vez, no hay que asomarnos al presente, la inmediatez nos presenta un hermoso universo de libros tan diversos como pudiéramos imaginarnos. Pero eso es ahora, ahora que la Autopublicación es un gancho comercial en una batalla de titanes. La verdadera pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿Qué pasará cuando uno de los titanes venza? ¿Cómo cambiará la industria cuando no esté ahí la competencia para generar opciones? ¿Qué pasará cuando no tengamos necesidad de quemar libros peligrosos y todo sea tan simple como hacer click, justo aquí, en esta pantalla? Texto publicado en la revista Texturas